TRAVESÍA NURIA-QUERALT 5 JULIO DE 2008 |
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Por fin llegó el día de nuestra esperada aventura pirenaica. Estamos en la línea de salida, entre una gran multitud multicolor que se va apretujando cada vez más. Un gusanillo viene y va cosquilleando nuestro vientre. Intercambio de miradas cómplices… son las 16’20 y esto está a punto de empezar.
ANTECEDENTESPero rebobinemos antes de continuar, retrocedamos unos meses en el tiempo hasta llegar al momento en que nos planteamos participar en esta aventura. Fue en el mes de abril, durante la caminata Castellón-Morella, donde Mª Jesús conoce a Rosa, una experimentada caminante catalana. Y es que durante estas extensas marchas, donde se anda largo tiempo junto a otros caminantes se hacen amigos, y se cuentan anécdotas y se narran experiencias… y Rosa que lleva años por estas lindes, no tardó en despertar el interés de Mª Jesús por las marchas de resistencia, en concreto esta que hoy nos ocupa: la Nuria-Queralt. Salva y yo, que recorrimos junto a Mª Jesús el segundo tramo de la Castellón-Morella, también nos entusiasmamos con esta aventura, pero sabíamos que debíamos prepararnos a fondo y no dudamos en participar en la Marató i Mitga Castellón–Peñagolosa. Tanto si terminábamos como si no los 65 km, esta prueba nos serviría para medir nuestro estado físico. Sólo finalizó Mª Jesús y desafortunadamente Salva tuvo un traspiés que lo apartaría definitivamente de la Nuria-Queralt. Es entonces cuando Kiquet se une a nosotros y propone un plan de entrenamiento más intenso y metódico, con largos recorridos y salidas nocturnas. Temporalmente nos apartamos de las rutas de José Manuel, pues necesitábamos alcanzar un ritmo más elevado. Comenzamos con una marcha de 55 km, Les Useres-San Joan ida y vuelta, con tormenta incluida. A ésta le siguieron otras similares, así durante los cuatro sábados que restaban para la marcha pirenaica.
EL VIAJEY por fin llegaba el día. Kiquet, Mª Jesús y yo junto a la inestimable compañía de Almudena, que nos brindó su extraordinario apoyo moral y logístico, marchamos para Berga. Decidimos pernoctar en esta ciudad pues es aquí donde este año finaliza la ruta. Y llegó el día, radiante, soleado, el pronóstico de lluvia del 50% parecía increíble pues el cielo estaba totalmente despejado. Justo en frente del hotel montaron el mercadillo sabatino que recorrimos de comienzo a final bajo las sombras de los árboles que flanqueban el paseo. Todavía era temprano pero ese dichoso gusanillo volvía a inquietarnos, ¿y cómo estará la carretera? ¿mejor comer antes o después del cremallera? ¿y si el cremallera va lleno? Todo tipo de cuestiones nos pasan por la cabeza. Así que Almudena tomó el volante y nos pusimos rumbo a Nuria. En coche llegamos a la estación de Ribes Vila donde sacamos los billetes para el cremallera que nos subiría hasta el santuario de Nuria, lugar de la salida. Quedaría alrededor de una hora para que llegara el primer tren así que decidimos comprar unos bocadillos para comer arriba. Es cierto que los nervios traicionan al más pintao cuando menos se lo espera. A 10 minutos para que llegue el tren me doy cuenta que olvidé en el coche mi certificado de registro. A paso ligero Kiquet y yo nos acercamos al parking (a unos 200m.) y volvemos en 5 min. Poco antes de llegar el tren me percato que mi billete quedó en el coche ¿se puede ser más despistado?. Ahora voy yo solo y a la carrera. Ya en el tren cremallera nos tranquilizamos. Es temprano y no va muy cargado, algunos turistas y otros con indumentaria similar a la nuestra. El viaje viene a durar unos 40 minutos que pasaron enseguida, ya que las vistas son todo un espectáculo: sendas transitadas por caminantes, numerosas cascadas, bosques de pino negro y prados de montaña. A esto que nos llama Mary, que está regresando de Monte Perdido, y nos pregunta cómo vamos… y nos pasamos el teléfono porque quiso saludarnos uno a uno. Desde luego que siempre tuvimos el apoyo de los nuestros. Y llegamos a nuestro destino, a 2.000 m de altitud, al que sólo se puede acceder a través del cremallera ( o caminando ) y nos plantamos frente a una extensa explanada verde, con su lago rodeado de montañas y cómo no, el Santuario de Nuria, centro de peregrinación aunque también hace las funciones de hotel. De pronto, una traca de petardos quebrantaba la tranquilidad del lugar, podríamos pensar que era una especie de bienvenida a la llegada de los primeros participantes… pero nada de eso… se trataba de la salida del santuario de unos recién casados. Aún quedaban un par de horas para la salida, decidimos comer, andar por los alrededores, visitar la ermita… Después nos presentamos en la mesa de registro donde recogemos nuestros números de control, trazado de ruta y camiseta oficial de la marcha. Ya lo tenemos todo. Íbamos a preparar el material cuando de repente ¡SORPRESA!... José, Mari, Emilio, Carmen K y Mireia hicieron su inesperada aparición. Todos ataviados de rojo con la camiseta RocaCoscolla, y cargados con todo tipo de chismes sonoros ( sirenas, carracas…) vamos, para no pasar desapercibidos. Estuvieron con nosotros para darnos ese empujón en la salida. Más gente conocida, Begoña y Fernando también se unen a la marcha, ya hemos coincidido con ellos en Castellón-Morella y en la MIM. Vienen con Viçent, que no participa pero estará de apoyo en los controles. Ahora creo que ya estamos todos. Hay mucha gente precalentando, haciendo estiramientos, vendando dedos, tobillos, pies…
LA CAMINATACasi es la hora, sólo faltan 10 minutos para el arranque, los corredores toman los primeros puestos. Hay mucha aglomeración, no en vano somos 593 participantes. Para evitar los apretujones saldremos desde atrás. ¡Y esto comienza! A las 16’30 se da la salida. No hay chupinazo pero el griterío se hace sentir. Miramos al frente y allá por el fondo vemos gente corriendo, pero nosotros apenas nos movemos. Esto es como hacer “la ola” llega nuestro turno y ya andamos, tiramos para arriba, y a pocos metros vemos nuestro club de fans, situados a la derecha del camino, todos de rojo, aplaudiendo, gritando, haciendo sonar sus cacharos… una imagen para no olvidar. El primer tramo comienza con una pronunciada pendiente, el sendero transcurre en zig-zag pero el pelotón sube a la brava, tomando la vía recta campo a través. Sin darnos cuenta nos vimos inmersos en este barullo, y es que vamos tan pegados unos a otros que seguimos a la gente en lugar de fijarnos en el camino. En los tramos en que el sendero es la única opción se forma una fila inmensa que se pierde en la lejanía, pero curiosamente no se crean atascos, aquí todo el mundo va que se las pela. También hay momentos en que el grupo se divide en dos filas paralelas que marchan por la ladera de la montaña. Pero siempre vuelven a juntarse en algún punto y de nuevo se estira la fila multicolor. Tras cruzar un par de arroyos de agua que bajaban de las cumbres, fuimos descendiendo hasta llegar al primer punto de control situado en el Torrent de la FontSeca (km 10). Aquí, con bolígrafo y papel toman nota del número de cada participante. Formalizado el control nos acercamos al puesto de avituallamiento, compuesto por tres botijos de bebida isotónica y una bandeja de trocitos de membrillo. ¿No hay agua sola? pregunté. Pues sí, hay una fuente un poco más abajo, al lado del río, me contestaron. Llené la cantimplora y me reuní con Mª Jesús y Kiquet, los tres pasamos del membrillo, nos comimos un plátano y rápidamente retomamos la marcha. Ahora viene una potente subida, sin descanso, sin sendero marcado, así que hay que tomársela con calma. El camino más corto es ascender en línea recta pero es más sensato subir trazando lazadas como hicimos los tres, pues esta pendiente es de las que luego pasan factura. Al llegar a la cima, el Pas dels Lladres, vimos que el pelotón continuaba atajando campo a través. Nosotros decidimos seguir fielmente el trazado del camino. Éste nos alejaba del gentío llevándonos en otra dirección. Y de no ser por el GPS que en todo momento nos confirmaba que íbamos por el buen camino, difícilmente hubiésemos tomado esa decisión, porque lo más fácil era pensar que nos estábamos equivocando de ruta. Pronto nos quedamos solos, los tres y un catalán-valenciano que se unió a nosotros. No veíamos a nadie más, parecía increíble. Volvía a consultar el GPS y volvía a tranquilizarme. A veces, con el Sol de frente, veíamos las siluetas del ganado pastando junto al camino. También nos cruzamos con un grupo de juguetones potrilllos que correteaban hacia las yeguas al vernos pasar. El Sol daba paso al atarceder y una luz cálida iba cubriendo los prados al mismo tiempo que se alargaban nuestras sombras en busca del horizonte. Al cabo de un tiempo el camino volvió a juntarnos con el resto y ya con las últimas luces del día llegamos al segundo Control: La Collada de Toses (km 24). Aquí había sandía, bocadillos de fiambre y agua en un botijo de barro que vaya lo que pesaba “el condenao”. Los tres nos encontramos bastante enteros y llevamos una hora de adelanto sobre el tiempo marcado. Fernando y Begoña se unen a nosotros y los cinco retomamos el camino dirección La Molina. Ya está oscureciendo, de pronto el cielo se torna de un negro amenazador acompañado de nubarrones y relámpagos, pero no hay truenos, esto pinta tormenta pero esperamos que no siga nuestra dirección. Es una noche cerrada, estamos ascendiendo con la luz de los frontales, parecemos luciérnagas, pequeños puntos de luz que dibujan el sinuoso camino. Asombroso, inquietante… Llegamos a la Estación de esquí Coll de Pal donde se encuentra el 3er control (km 34). Naranjas, agua y bebida isotónica. Aquí sopla un viento frío y además hay niebla, nos detenemos lo justo, cambio de camisetas secas, algo de abrigo y arreando. Descendemos por un sendero que luego sale a una carretera asfaltada y continuamos por una pista de tierra. Las señales se ven bastante bien, cartulinas blancas con las siglas NQ y cintas colgadas de los árboles. Sobre la una de la madrugada llegamos al 4º Control (km 40). Sándwiches, Pepsi, sandía… aquí hay buen ambiente, la gente está contenta, esto parece una fiesta. Apetece quedarse un rato más, vamos bien de tiempo con hora y media de adelanto, pero nosotros a lo nuestro, nos ponemos en marcha. Ahora viene un largo descenso que finaliza en el 5º Control (km 45). Con esto ya hemos cubierto la mitad de la prueba, los ánimos y las sensaciones son positivas. Nos encaminamos hacia el Collado d’Escriu, pero para alcanzarlo hay que superar un notable ascenso: 500m de desnivel en 4 km, todo subida, sin descanso. Comenzamos a buen ritmo, primero pegándonos a los talones de un muchacho que iba muy bien. Después Kiquet y yo comenzamos a tirar y fuimos adelantando a otros grupos, pero la dichosa rampa era interminable. Nos percatamos que Mª Jesús se había descolgado y paramos para reagruparnos. No tardó en llegar, pero venía descompuesta, sin color… así que paramos un rato. Por un momento también yo me sentí mareado, y seguidamente un chico se paró a nuestro lado con los mismos síntomas. Esta parada parecía contagiosa. ¿Qué nos ha sentado mal? Repasamos entonces lo que habíamos comido y bebido queriendo encontrar el motivo del malestar. Pronto empecé a recuperarme, pero Mª Jesús no podía seguir. Mientras, los grupos que habíamos adelantado iban pasando por delante. Eran las 3’30 y viendo que esto se alargaba dijimos a Kiquet que continuase él y que no perdiera más tiempo. Apenas quedaban unos metros para llegar al collado pero en este estado se hacen eternos. Para nuestra sorpresa, arriba había un grupo de tres esperando a un compañero que también estaba tirando su primera papilla. Ahora todo descenso hasta el próximo control. Sería el aire fresco de la cumbre… o las ganas de seguir adelante, pero Mª Jesús empezó a caminar cada vez mejor, bajaba casi al trote, como si quisiera recuperar el tiempo perdido. Pero todavía quedaban 5 km. y eso pasa factura, porque la fuerza de voluntad no es suficiente cuando el cuerpo no está por la labor. Después de bajar y sortear los empedrados del torrente, sorprendente su equilibrio sobre las resbaladizas rocas, yo mismo me las ví y me las deseé, y pasado el dichoso torrente le vinieron nuevamente los mareos, ahora sí que veíamos que esto era el fin. Ya empezaba a clarear cuando llegamos al sexto control, eran las 5’20 y con la llegada del nuevo día los ánimos vovían a recargarse. Agua, membrillo, pastas dulces… No me encuentro muy bien, ¿tenéis algo para el estómago? preguntó Mª Jesús. Le ofrecieron tiritas. Pues vaya. Tampoco podía comer ni beber nada porque seguidamente lo tiraba, así que se acabó. No se lo quería creer, insistía en encontrar una solución. Estaba claro que ya no razonaba, la miré fijamente y le dije ESTO SE ACABÓ. Un vehículo de la organización nos acercó al hotel y allí descansamos un buen rato. Sobre el mediodía ya estábamos de pie, el reposo hace milagros. Nos juntamos con Almudena y los tres fuimos a ver la llegada de Kiquet. La prueba finalizaba en la parte más baja del Parque del Lledó. Una serie de escalinatas encadenadas formaban el broche final de la travesía. Y a las 13’20 lo vimos bajando al trote, como de costumbre, con paso alegre y triunfante por esos escalones finales. Llegaba cansado pero con suficiente energía como para disfrutar el momento, pletórico y visiblemente emocionado, una emoción que nos transmitía a los tres. Le preguntamos ¿cómo estás? Y contestó: “He conseguido mi objetivo, ahora que ya tengo la experiencia no lo vuelvo a repetir”. Pero por la tarde, una vez descasado, nos comenta “qué, el próximo año ¿volvemos?”.
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